El próximo líder de esta nación del África meridional regresó hoy tras haberse exiliado en Sudáfrica después de su destitución como vicepresidente el pasado 6 de noviembre, forzada por la facción afín a las ambiciones de la primera dama, Grace Mugabe, de convertirse en la sucesora de su marido en el poder.
Según afirmó hoy, su exilio en el país vecino se debió a que, tan solo dos horas después de ser cesado, fue informado de que existían planes para acabar con su vida.
La vuelta a Zimbabue de Mnangagwa se produjo tan solo horas después de haber sido nominado para ocupar provisionalmente la presidencia por su partido, la gobernante Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF), que lo confirmará en su congreso de diciembre como candidato para las presidenciales de 2018.
Mnangagwa adelantó que tomará posesión de su nuevo cargo el viernes hacia las 10.00 hora local (08.00 GMT). Aunque la dimisión ayer de Mugabe haya dejado al país en un interregno de facto, técnicamente es el vicepresidente, Phelekezela Mphoko, quien actúa como jefe de Estado en funciones.
Sin embargo, Mphoko se encuentra en Japón y, según el diario local «NewsDay», estaría buscando refugio en países como Mozambique o Zambia ante el temor a ser procesado, ahora que ya no cuenta con la protección del caído Mugabe, su principal valedor.
Por tanto, el camino parece allanado para que Mnangagwa cumpla por fin sus deseos de convertirse en presidente: su nombre ya había estado vinculado a planes y conspiraciones para sustituir a Mugabe desde hace casi 15 años.
«Crecimiento económico, paz y trabajos» son las promesas que hoy hizo ante sus seguidores en el primer discurso como presidente electo -por su propio partido- ante sus seguidores, a los que agradeció «la disciplina y el pacifismo» demostrados durante los días siguientes al alzamiento militar contra Mugabe.
Aunque ahora es visto como el salvador de la democracia, Mnangagwa, conocido con el apodo de «Cocodrilo», tiene un pasado oscuro: como ministro de Seguridad tras la independencia en 1980 jugó un papel clave en la matanza de más de 20.000 miembros de la etnia Ndebele.
La llamada operación Gukurahundi, que muchos califican de genocidio, fue una purga étnica contra simpatizantes de la Unión del Pueblo Africano de Zimbabue, que se saldó con la fusión de esa formación con la ZANU-PF y le valió a Mugabe su ascenso definitivo a la presidencia, ya que hasta entonces gobernaba como primer ministro.
Mientras que el ya expresidente, de 93 años, mantuvo malas relaciones con los principales potencias mundiales (excepto con China, que lo llamó «buen amigo» incluso después de su dimisión), quienes lo tachaban de «dictador», Mnangagwa dijo apostar por cooperar con socios regionales, de África y de todo el mundo para reconducir la economía.
Esta es, sin duda, una de las principales preocupaciones de los ciudadanos, ya que el país ha visto cómo empeora en los últimos meses una crisis que arrancó con la hiperinflación de 2008 y que se ha llevado por delante hasta la propia moneda de Zimbabue, tristemente popular por haberse llegado a emitir billetes de cien billones.
«Me comprometo a serviros», recalcó el nuevo líder, antes de pedir a «todos los zimbabuenses patrióticos que aúnen esfuerzos y trabajen juntos» en una nueva etapa para el país en la que «nadie será más que nadie».
Pese a este optimismo, Mnangagwa criticó las «intensas intentonas para hacer descarrilar al proceso» de acabar con la presidencia de Mugabe, que finalmente no prosperaron debido a que «la voluntad de la gente siempre se impone» y a que el Ejército, con el que mantuvo «contacto constante» durante la crisis, gestionó «de forma pacífica» la situación, según declaró.
Algo de lo que no habló en su discurso son las elecciones presidenciales, previstas para 2018, para las que será candidato de la ZANU-PF y cuya celebración está todavía en el aire, pese a que la provisionalidad de su nuevo cargo parece indicar que su presidencia se limitará a durar hasta dichos comicios.
Un día después de su dimisión, no se sabe nada de Mugabe ni de su paradero, y su futuro parece un misterio: unos apuntan a que se exiliará en Singapur, donde posee activos y adonde viaja a menudo para recibir tratamiento médico, mientras que otros afirman que ha llegado a un pacto de impunidad con el Ejército.
Sin embargo, hoy pocos parecen preocupados por esto en el país. Su nuevo líder ha llegado y les promete todo aquello que les ha sido negado durante los últimos años: democracia, trabajos, crecimiento económico y paz. EFE
FUENTE: EL TIEMPO
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