El trabajo infantil se ve a diario en las ciudades y el campo.La frase aquella de que los niños nacen para ser felices, jugar y educarse muchas veces no queda sino en enunciado. Hay varios países en el mundo donde los niños se emplean como mano de obra esclava, en explotación laboral y sexual y hasta en venta de estupefacientes y bandas criminales. Los datos de un reportaje publicados por este Diario registran que el trabajo infantil en el Ecuador se duplicó entre los años 2014 y 2018. Hay 201 634 chicos de entre 5 y 14 años trabajando en las calles y soportando sol, lluvia y frío.
Algo inhumano. El fenómeno se expresa al ritmo de la crisis económica, la falta de crecimiento sostenido y la carencia en fuentes estables de empleo. Hubo en el año 2012 datos de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil, pero merece la pena actualizar las cifras.
En estos tiempos, el drama suma a miles de niños con sus padres que claman por limosna y que vienen de Venezuela, país aquejado por una honda crisis humanitaria. Hay otros aspectos a tomar en cuenta. En el campo se oculta una realidad. El trabajo mancomunado muchas veces tiene que juntar varias manos para suplir las carencias. En esa tarea los niños colaboran y a veces trabajan de modo irracional.
Hay temporadas de cosechas intensivas donde esa actividad se realiza y puede parecer algo normal. Es uno de los temas que hay que abordar para que la sociedad tome conciencia y el Estado cumpla su papel. También en algunas tareas del comercio informal los niños han colaborado con sus padres trabajando por horas.
Se debiera cuidar que poco a poco este trabajo se vaya suprimiendo, pero la prohibición total puede quedar en letra muerta si la realidad y la necesidad imponen completar el magro ingreso familiar. Fundaciones privadas se esfuerzan por crear espacios de juego y estudio.
El Estado debe enfocar la realidad de miles de niños vulnerables, pero cambiar esta situación es una tarea colectiva. No se trata de decretos o discursos sino de acciones efectivas y de conciencia social.
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